Dos semanas sin escribir en mucho tiempo, demasiado diría yo, pero es que entre los viajes al glamoroso Dajabón, muchas actividades sociales, el concierto de un bachatero y una que otra situación con mis pulgas no he tenido ni un respiro de descanso. La buena noticia es que hay material para escribir de mas.
Recuerdo que hace años escuchaba a los mayores decir en sus 40, 50, 60´s, que esa era la mejor etapa de su vida, sinceramente pensaba en lo ridículo que eso se oía. Esas frases tan gastadas de que los merengues de antes eran mejores o que antes uno podía salir sin ser asaltados y mas aun que los mejores años son los de la casi tercera edad no eran para mi. La mejor época es la juventud, donde tienes un cuerpo sin achaques, curvas, lozanía y nada que no deba colgarte, cuelga. Que equivocada estaba.
Hoy día, a mis bien contados (no vividos) casi 46 puedo dar fe de que la vida empieza después de los TA mayores. En esta etapa ya los hijos están grandes por lo que no hay que levantarse con un biberón de leche, ni a sacar gases, ni cambiar pampers; no hay que salir con mudas de ropas extras en un bulto, no hay que hacer fila en el pediatra, ni escoger el colegio que será el perfecto, no tienes que adivinar por qué el bebe llora, ni ir al cine a ver muñequitos, no tienes que llevarlos al baño, ni aguantarle todas las monerías de la niñera para que no huya; no hay que dejar de hacer las cosas que quieres por los hijos pequeños.
Afortunadamente ya las puedo dejar en la parada de la guagua del CE sin un ataque de pánico, las dejo solas para que se hagan su comida sin tener pesadillas sobre un incendio en mi cocina o que le abran la puerta a un extraño. Ya empiezas a sentir que ellos tienen sus propia vida y es hora de hacer lo que antes no podías. Ya no tienes que hacer planes rígidos con tu vida, esos esquemas cuadrados que nos dicta la sociedad y que como pendejos seguimos al pie de la letra: Estudia, búscate un novio, cásate y ten hijos. Salirse de ahí es pecado mortal.
Afortunadamente ya las puedo dejar en la parada de la guagua del CE sin un ataque de pánico, las dejo solas para que se hagan su comida sin tener pesadillas sobre un incendio en mi cocina o que le abran la puerta a un extraño. Ya empiezas a sentir que ellos tienen sus propia vida y es hora de hacer lo que antes no podías. Ya no tienes que hacer planes rígidos con tu vida, esos esquemas cuadrados que nos dicta la sociedad y que como pendejos seguimos al pie de la letra: Estudia, búscate un novio, cásate y ten hijos. Salirse de ahí es pecado mortal.
Hijos pequeños, problemas pequeños. Hijos grandes, problemas grandes. Es cierto, pero el plan de Dios es perfecto porque con los años se supone tienes la madurez física y mental suficiente para saber guiar los hijos dejándolos crecer en las situaciones, hacer lo contrario es una vejación a su desarrollo.
He sido privilegiada porque salvo algunas etapas de la niñez de las pulgas, he podido disponer del tiempo para pasarlo con ellas y he podido vivir sus etapas una por una. Sinceramente no envidio a las que empiezan a criar ahora, veo los embarazos con ternura, las que se casan con nostalgia pero como parte de mi pasado, una pasado que para nada extraño y al que no quiero volver en la máquina del tiempo.
Salvo la pulga3 ya mis hijas están bastante grandes, siento que ya sembré en ellas una semillita y que solo debo esperar a que florezcan y den frutos, ya les hable de los temas prohibidos y no prohibidos, ya saben lo que deben hacer, ya han visto muchos ejemplos de lo que no deben hacer. En esta etapa puedo guiarlas de la forma que entienda, respetando sus limites que ahora ya están mucho mas delimitados.
Y los días se me pasan con la casa llena de mis sobrinos postizos, llenos de salidas, llenos de entradas, de disfrutar las cosas con otros ojos, de tener variedad, de escoger momentos, de coger carretera, de música variada, de nuevas personas, de nuevos amores, tan sencillo como sentarme en la orilla de la carretera con mis padres o de beber café debajo de una mata en un rincón desconocido de una provincia cercana. Mis hijas ya no exigen tanto de mi tiempo y mi espacio, pueden valerse por si mismas, pueden gritar sus dolores, llorar sus penas, suspirar de amor, reír sus alegrías, pueden pedirme que este o que me aleje y la verdad estoy feliz.
Hace unos días una amiga me comento que se había soñado conmigo. -hacíamos juntas una receta, me dijo; la miré como llegada de otro planeta pero no contesté. Ella que está criando dos niños todavía vive esa etapa, yo ya no me imagino como antes, inventando platos o bordando paños en punto de cruz, ya la brecha generacional de la crianza nos alejó, nos volverá a juntar en 10 años mas.
Pena por aquellas que nunca supieron la forma de cortar ese cordón umbilical con sus hijos, esas que siguen manteniendo manganzones y tratando de llenar vacíos existenciales, que dejaron hace décadas de ser mujeres, esposas, seres humanos y solo son marionetas de sus hijos que aun siendo grandes dependen de ellas, esas que hoy denigran el maravilloso oficio de ser madres siendo partidarias de ser victimas. Si algo he aprendido en el último año es esto: La mayor alegría de nuestros hijos es sabernos felices.
Dale vida a tu vida, llena de vida tu vida, lo demás viene por añadidura!!!
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